miércoles, 13 de noviembre de 2013

Viaje a la casa de Padi, centinela de Punta Mona



María Suárez Toro,
Foro Caribe Sur
13 de noviembre, 2013

En algún momento antes de la crisis de la monilla (hongo) en la producción del cacao en el Caribe Sur, Punta Mona era un poblado llenos de vida donde una 200 familias vivían de la siembra y de la pesca.

“No de puede vivir mirando al mar y dándole la espalda a la agricultura” le dijímos a los 8 jóvenes adolescentes que acompañaron al equipo de coordinación del Foro Caribe Sur al viaje de recreación cultural que realizamos entre el 9-10 de este mes a Punta Mona, a unos 10 kilómetros entre los extremos de Manzanillo y Gandoca dentro del Refugio Nacional de Vida Silvestre Gandoca Manzanillo (REGAMA). 

                                                    Parte del grupo llegando a Punta Mona,
                                                                     Foto MST, FCS


Los adolecentes, muchos de ellos nietos e hijos de pescadores, se interesaron más por la pesca que por la siembra y a las adolecentes les gustó más el buceo y la remada en kayaks alrededor de la isla que le dio el nombre al lugar.



Cuentan los que conocen la zona que en algún momento en el pasado ese islote albergaba cientos de monos que en el día recorrían los bosques y la selva en busca de alimentos y en la noche cruzaban el mar para dormir seguros, fuera del peligro de ser devorados por otros animales.

Ian es uno de los pescadores del fin de semana. Es hijo de Cesáreo, aquel pescador que hace 4 años fue devorado por el mar en una tormenta que le volcó el bote junto con Titó, sobreviviente que apareció días después en Bocas del Toro.

Para el hijo del finado, salir a pescar en esta ocasión fue una forma de conectarse con el padre con el que nunca salió a pescar por haber estado demasiado joven cuando su progenitor pescaba. “No se como hacerlo, pero puedo aprender”, dijo con un poco de pena por no haber aprendido el oficio de tan ilustre pescador.


                                                        Ian, foto Sophie Andrieux

Cuando le dijimos que él agarraba el hilo de la misma forma como lo había hecho su padre, un rayo de esperanza de poder conocer la su padre y seguirle los pasos se le instaló en su cara de asombro. El resto de la mañana lo vimos sostener aquella cuerda como quien de agarra del pasado para poderse proyectar hacia el futuro.

De eso de trataba el viaje a Punta Mona. Una manera del Foro Caribe Sur de  conectar a los hijos e hijas de los facilitadores para que entiendan de manera práctica las luchas que han emprendido sus padres, sus madres y sus comunidades por los derechos históricos a la tierra, la cultura y los ecosistemas.

Otra pre-adolecente, la mas joven de ellas, se encontraba algo frustrada porque sus hermanitas mayores la habían dejado atrás cuando de fueron a remar en los kayaks. Se sentía abandonada por sus hermanas y amigas y estaban tan lejos que no les podía gritar. 

                                                                     Foto MST, FCS

Su madre, sin ser las mas aventurera de las aventureras del viaje a Punta Mona, fue al encuentro de su triste y frustrada hija. “Ver, chiquilla, le voy a decir una cuestión que le va a servir para toda la vida. Usted no tiene que depender de nadie para remar a donde le de la gana, ni siquiera de sus hermanas mayores. Agarre el kayak, los remos y éntrele a cosa, que todo en esta vida se puede aprender si se le tiene suficientes ganas.”

Y la niña salió remando, entre paletazos y vueltas para los lados, como si nada hasta que estabilizó su aprendizaje y llegó a donde quiso… a juntarse con sus hermanas y otra amiga en medio del mar.

 
                                                                 Foto Sophie Andrieux

Así fueron algunas de las lecciones de los más jóvenes, entre los cuales había un bebé que aprendió a nadar y dos niñas de 3 y 4 años que aprendieron a remar en un bote infalible.

El de 10 años pasó los dos días tratando de pescar desde la orilla y pez que sacaba, pez que devolvía al mar. “Por ser tan pequeño” decía mientras seguía soñado con el gran pez que nunca llegó a su carnada el fin de semana pero que le alimentó su determinación se seguir tratando.

                                                                     Foto MST, FCS

Una de las cosas más significativas de la vida de los pescadores y las pescadoras es que cada día se levantan a perseguir una nueva ilusión, alimentado a diario su esperanza. Saquen o no saquen peces un día, el siguiente amanecer es nuevo, por lo que trae nuevas esperanzas.

Las lecciones para los adultos fueron más gastronómicas que marítimas en esta ocasión. Empezaron desde antes de salir en el viaje porque cuando unos días antes preparábamos el menú, las afro costarricenses  se quedaron algo perplejas cuando vieron la propuesta de algunas de las otras.

“¡No entendemos para qué vamos a llevar comida a un lugar de tanta pesca y siembra -  dijo Anita – comeremos  lo que mis hijos (7) y sus amigos agarren durante el día.”

“Es que pesca está muy mala en estos días” protesté con mi aire de pescadora insigne.

“Bah, ellos agarran de todo, desde cascos de burro (caracoles), hasta peces, langosta y conchas. Y si dicen que vamos a conocer el huerto afro costarricense de Padi, tiene que haber allí un poco de yuca, especies y otras cosas para echarle a la sopa.”


                                                              Fotos Sophie Andrieux



¿Y para qué fresco con tanta pipa?


Foto Sophie Andrieux

Y así nos fuimos, con la fe puesta en la experiencia de más de 4 generaciones  de experiencia de vivir de los que provee el mar y de tierra.

El sopón que hicieron esa noche fue uno de los más variados y sustentables. Y alimentó hasta el siguiente día a las 25 personas que acampamos en el patio y la casa de Padi.


                                                          Leyenda en casa de Padi,
                                                                Foto MST, FSC


Fotos Sophie Andrieux




Al otro día hubo un recorrido por la huerta de Padi, la cual tiene sembrada todo lo que un plato balanceado puede desear.

El siempre decía que lo único que tenían que ir a comprar afuera era sal, café y fósforos, todo lo demás lo conseguía allí. Sembraba tubérculos, piña, caña para endulzar, verduras y especies. Y para proteína pescaba y criaba gallinas.

Visitamos también la Finca Sostenible “Punta Mona” a la par de la casa de Padi, un proyecto que es la combinación de las ideas y el conocimiento de Padi cuando estaba en vida y de los trabajadores de Gandoca y de Manzanillo que trabajan allí y la visión de Steven, un gringo que llegó a la zona hace dos décadas y luego de vivir con Padi le compró tierra ha creado una finca que tiene árboles y plantas de casi todos los rincones del mundo.

Mientras las adolecentes remaba y los adolecentes pescaba, adultas y adultos conocieron la historia y la filosofía de sustentabilidad de la finca.

Mientas tanto en a cocina del lugar, ticas y ticos meseteñas, una chilena y una francesa y dos gringas voluntaria en la finca sostenible intentamos hacer un rondon con la pesca de la noche anterior. 

Las expertas de vez en cuando interrumpían su recorrido por la finca para venir a supervisar y orienta la cocción. A esas alturas, 35 personas comerían de aquel brebaje si resultaba exitoso.

Fue el mayo estrés del fin de semana pero cuando las chicas probaron su sabor y su contextura, al fina todas nos relajamos para servir.

Al fina aparecieron en tierra los adolescentes, muertos de hambre y habiendo hecho su aporte con todos los mariscos de aquél “rondon a la mezcla de culturas”, así es el Caribe Sur.

El espíritu de Padi estuvo con nosotras ese fin de semana, gracias a toda la gente que está haciendo posible que ese lugar de convierta en una casa/museo, centinela de que no vaya a olvidarse de dónde venimos en al Caribe Sur.



El resto de las anécdotas las contará cada persona que participó y que coloque aquí sus apreciaciones.